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El largo camino a la reconciliación

¿Cómo pasar de un pasado dividido a un futuro compartido?

Publicado: 2018-02-12

¿Cómo pasar de un pasado dividido a un futuro compartido? Podríamos aceptar, primero, que las divisiones entre peruanos no empezaron con las balas, sino que aquellos asesinos ideologizados a quienes llamamos terroristas y las respuestas inhumanas de los gobiernos de turno fueron producto de una sociedad resquebrajada. Desmembrados por divisiones imaginarias, en lugar de miramos de frente, los peruanos nos vemos hacia arriba o hacia abajo: dónde naciste, cómo hablas o vistes, eres hombre o mujer, cuánto dinero tienes.... 

En este orden de ideas, hacer de la reconciliación un asunto epidérmico, superficial, sería irresponsable. Podría agudizar cismas y provocar escepticismo. Unir a los peruanos demanda diálogo, es cierto, pero esto debe ser parte de un plan mucho mayor que reflexione sobre las formas de recomponer la sociedad, soldar sus fracturas y reducir sus brechas, lo que implica un abanico de acciones más allá de la política tradicional. Así, cualquier proceso de reconciliación es, de lejos, más complejo que encontrar equilibrios en los mercados. El reconocimiento, la compasión y la dignidad, además, no tienen precio.

Una de las más importantes piezas del engranaje de cualquier reconciliación nacional es la justica. Esta no puede ser arbitraria, sino que debe seguir pautas institucionales; es decir, lo que las normas y los fueros pertinentes dictan. De haber excepciones (amnistías o perdones), estas responden a un acuerdo mayor y un ejercicio de verdad que compensa la omisión de la pena. Esta verdad se materializa en el reconocimiento público de su responsabilidad por quienes cometieron los crímenes, así como la revelación sobre lo sucedido. Un perdón unilateral para cualquier criminal, sin el debido proceso, y carente de verdad, es una injusticia.

Sin estar libre de críticas, las amnistías lideradas por Mandela en Sudáfrica son un ejemplo. La premisa era que olvidar sería más caro que enfrentar el pasado, porque las heridas abiertas traerían reiterados episodios de confrontación en el futuro. Por eso, solo quienes confesaron públicamente su culpa por los crímenes asociados al apartheid, y contaron lo que pasó, no fueron juzgados o vieron reducidas sus penas. Sea cual sea el bando. Mientras los perpetradores se hacían responsables y las víctimas despejaban las mentiras, se abría una ventana para sanar internamente y resarcir las relaciones rotas por más de 30 años. Sudáfrica optó por la verdad, compensando a unos y otros, sin exigir ningún perdón. Aquí las sutilezas son determinantes: decir lo siento no es lo mismo que pedir perdón. La segunda precisa una respuesta.

Cualquier plan para reconciliar al Perú debe asumir que el proceso tomará tiempo, por lo que no hay un solo año para la reconciliación. Como dice John Paul Lederach, las personas y las comunidades tienen su propio reloj. Especialmente las víctimas. Cada duelo, perdón o sanación tiene un proceso a ser respetado. La reconciliación se enfrenta con la acumulación de traumas colectivos, históricos, que llegan a su clímax en los periodos de violencia. No es posible tampoco obviar los esfuerzos de reconciliación previos, como los informes y comisiones ad hoc, las políticas de reparaciones, y las exigencias de los movimientos de víctimas.

A la par, la reconciliación es, por definición, una convocatoria amplia y diversa. No es, ni debe ser, monopolio de algún grupo. Debe conversarse arriba y abajo, entre izquierdas y derechas, sobre el futuro y el pasado. Las víctimas de la matanza entre peruanos fueron, principalmente, civiles y militares y, aunque nos duela admitirlo, también algunos peruanos que causaron el terror, como aquellos ejecutados extrajudicialmente, a quienes también lloran sus familiares. Esto no resta a la certeza de que fueron los miembros de grupos terroristas quienes desencadenaron la masacre.

Además de larga y amplia, la reconciliación es profunda, como los abismos del alma de los que nos habla Ernesto Sábato. No es solo un ejercicio intelectual, sino emocional. Quienes tienen una responsabilidad superior son aquellos que lideran el proceso, pues deben relacionarse con los sentimientos de los demás, ponerse en sus zapatos. Contener, conciliar y transformar tanta energía. De ahí que no hay reconciliación sin confianza, porque sin ella nadie muestra ni sus verdaderas ideas ni abre el corazón. Para que sean creíbles, los líderes que la embanderan deben conmoverse. Etimológicamente, se les debe mover el alma.

Como varios autores ya han sugerido, hay una dimensión de la reconciliación que supone acercar al Estado a los ciudadanos, aceptando que los peruanos no vivimos con los mismos derechos ni las mismas libertades. La justicia y la educación, la salud y la seguridad, son aún esquivos y difusos para una buena parte de nosotros. Somos ciudadanos según la suerte con la que nacimos. En vísperas de celebrar nuestra independencia bicentenaria, el Estado no llega a todo el Perú ni a todos los peruanos por igual. Una reconciliación a la peruana exige, también, saldar la deuda con la promesa republicana.

Finalmente, toda reconciliación es política, en el carácter más extenso de la palabra. Es traer a los peruanos a la mesa para unirse como nación, más allá de sus intereses, creencias y liderazgos. Es poner el poder al servicio de la mediación entre nuestras diferencias. Entonces, si la piedra de toque de un proceso político es la legitimidad, un gobierno carente de esta no puede llevar adelante ni un conato de reconciliación nacional.

Los peruanos estamos muy cansados de pelearnos entre nosotros, de mirarnos con desconfianza, por encima del hombro. Tejer la reconciliación es un acto de artesanía fina; reconociendo, en el enredo de nuestra sociedad, tramas y urdimbres por donde hilar. Hallar la justa medida es cuestión de malabarismo. Si construir una narrativa común, atenta a los adentros de la sociedad, es un asunto tan serio y complejo, la reconciliación no puede ser ni impuesta ni exprés. Por tanto, de no ser asumida con todas sus implicancias, no merece llamarse reconciliación.


Escrito por

Elohim Monard

Peruano y amazónico. Profesional en temas de paz, seguridad y conflictos. Rotary Peace Fellow y embajador del Índice de Paz Global.


Publicado en

Tormenta Tropical

El título de este blog evoca un proyecto de mi padre, allá en la Amazonía donde nací. Aquí ordeno mis ideas públicamente.